<p>Muy pr&oacute;ximo de <strong>Ar&eacute;valo</strong>, en el t&eacute;rmino de <strong>Mart&iacute;n Mu&ntilde;oz de la Dehesa</strong>, existe un puentecillo en el que se re&uacute;nen las aguas de dos arroyos.</p> <p>Corr&iacute;a el a&ntilde;o <strong>1467</strong> y reinaba <strong>Enrique IV</strong>, quien ten&iacute;a su corte en Ar&eacute;valo, castillo que hoy todav&iacute;a existe. A corta distancia de &eacute;l, se levantaba un gran palacio. Pertenec&iacute;a a un riqu&iacute;simo moro llamado <strong>Abrah&aacute;m</strong>, de profesi&oacute;n prestamista, el cual ten&iacute;a una hija extraordinariamente bella, <strong>Jerifa</strong>, quien al entrar a trabajar en la corte fue llamada <strong>Zulema</strong>.</p> <p>Cuenta la tradici&oacute;n que, encontr&aacute;ndose una tarde en el palacio de su padre, oy&oacute; el galopar de un corcel que se acercaba a su palacio. Ante sus ojos apareci&oacute; un apuesto caballero, el joven capit&aacute;n de la escolta del Rey <strong>Enrique IV</strong>, quien no quiso marcharse del castillo de <strong>Ar&eacute;valo</strong> sin despedirse de aquella belleza mora que tanto le atra&iacute;a.</p> <p>El joven parti&oacute; veloz para unirse a la comitiva, y ella, corriendo hacia la truncada cuesta que se elevaba delante de su palacio, divis&oacute; la comitiva que pasaba por el <strong>Puente de Medina</strong>. Con el alma desgarrada, exclam&oacute;: <em>"Si yo viviera, no tendr&iacute;a fuerzas para dejar de vengarme"</em>. Luego, lanz&oacute; un grito y se precipit&oacute; contra las cristalinas aguas del r&iacute;o.</p> <p>El tiempo se encarg&oacute; de demoler aquel palacio moro, del cual solo quedan algunas piedras empotradas. Sin embargo, el arroyo sigue llam&aacute;ndose <strong>Arroyo de la Mora</strong>.</p>

<p>En el pueblo de <strong>Ar&eacute;valo</strong>, se habla de una extra&ntilde;a leyenda que rodea a los peces del r&iacute;o <strong>Adaja</strong>, que, seg&uacute;n afirman los locales, no se pudren.</p> <p>La historia se remonta a <strong>1527</strong>, cuando el Rey <strong>Carlos I</strong> de Espa&ntilde;a y <strong>V de Alemania</strong>, durante una visita a <strong>&Aacute;vila</strong>, par&oacute; en <strong>Ar&eacute;valo</strong> y all&iacute; los pescadores le agasajaron con gran cantidad de peces reci&eacute;n capturados. Al d&iacute;a siguiente, encontr&oacute; que los peces segu&iacute;an vivos dentro de las cestas y pregunt&oacute; a los pescadores sorprendido. Estos le respondieron que era un milagro que ocurr&iacute;a cada a&ntilde;o, y el Rey se llev&oacute; uno de recuerdo.</p> <p>Seg&uacute;n los habitantes de <strong>Ar&eacute;valo</strong>, los peces del r&iacute;o <strong>Adaja</strong> en ese tramo ten&iacute;an la virtud de no pudrirse ni morir, porque el r&iacute;o estaba bendecido por la <strong>Virgen de Sonsoles</strong>.</p> <p>Sin embargo, la pregunta persiste: &iquest;Es un verdadero prodigio divino o hay un misterio m&aacute;s profundo detr&aacute;s de la leyenda? Aquellos que se aventuran a explorar el r&iacute;o <strong>Adaja</strong> se ven atrapados por el enigma de la vida eterna de sus peces, un secreto que ha perdurado a lo largo de los siglos.</p>

<p>En <strong>1979</strong>, en la villa de <strong>Las Navas del Marqu&eacute;s</strong>, la tranquilidad de sus habitantes se vio alterada por un fen&oacute;meno que pronto se convertir&iacute;a en el centro de atenci&oacute;n: unos suspiros misteriosos comenzaban a o&iacute;rse al caer la noche desde el muro del antiguo <strong>convento de San Pablo</strong>. Las exhalaciones eran profundas y pesadas, como si una presencia invisible estuviera en agon&iacute;a.</p> <p>A medida que los rumores crec&iacute;an, m&aacute;s y m&aacute;s personas se acercaban al lugar para intentar descifrar el origen de aquellos suspiros. La leyenda local suger&iacute;a que el convento, en ruinas desde hac&iacute;a a&ntilde;os, ocultaba secretos oscuros, con antiguos pasadizos sellados y restos humanos enterrados bajo sus cimientos. Algunos cre&iacute;an que los suspiros eran los ecos de almas en pena, condenadas a vagar por los t&uacute;neles ocultos bajo el convento, quiz&aacute;s v&iacute;ctimas de ajusticiamientos del pasado.</p> <p>Las noches en la villa comenzaron a ser diferentes. Los suspiros se escuchaban cada vez m&aacute;s claramente, provocando tanto la curiosidad como el miedo de los habitantes y visitantes. El alcalde, preocupado por la creciente afluencia de curiosos y los rumores descontrolados, orden&oacute; la instalaci&oacute;n de andamios en el muro del convento, decidido a encontrar una explicaci&oacute;n l&oacute;gica. Durante semanas, equipos locales investigaron el origen del fen&oacute;meno sin &eacute;xito, mientras la tensi&oacute;n aumentaba entre los vecinos.</p> <p>Sin embargo, lo que parec&iacute;a un misterio sin soluci&oacute;n tuvo un giro inesperado. Tras una investigaci&oacute;n minuciosa y varias noches de observaci&oacute;n, finalmente se descubri&oacute; la fuente de los inquietantes suspiros: una <strong>lechuza nocturna</strong>, que hab&iacute;a encontrado refugio en las grietas del muro del convento. Su respiraci&oacute;n, amplificada por las condiciones ac&uacute;sticas del lugar, era lo que provocaba aquel sonido tan humano y desgarrador que hab&iacute;a perturbado a tantos.</p> <p>Con el misterio resuelto, la villa recuper&oacute; su calma. A pesar de la explicaci&oacute;n racional, muchos a&uacute;n recuerdan aquellos meses de <strong>1979</strong> como una &eacute;poca en la que lo sobrenatural parec&iacute;a haber invadido sus vidas. Aunque todo se debi&oacute; a una simple lechuza, los suspiros del convento de San Pablo siguen siendo un relato que revive de vez en cuando, como una advertencia de que no todo en la oscuridad es lo que parece.</p>

<p><strong>Alvar D&aacute;vila</strong> entr&oacute; en <strong>&Aacute;vila</strong> de retorno de la batalla de <strong>Las Navas de Tolosa</strong> y, montado en su caballo, sus ojos se cruzaron con los de <strong>Do&ntilde;a Guiomar</strong>, que era hija del noble abulense <strong>Don Diego de Z&uacute;&ntilde;iga</strong>.</p> <p>Alvar qued&oacute; perdidamente enamorado de ella, pero Don Diego no aprobaba esta relaci&oacute;n, ya que ten&iacute;a otro destino pensado para su hija: entregarla a Dios.</p> <p>Alvar intentaba entrar en el palacio a escondidas para ver a su amada, pero era siempre expulsado de &eacute;l. Una de estas veces, lleno ya de ira y desesperaci&oacute;n, le dijo a Don Diego la famosa frase: <em>"Aunque os pese, la ver&eacute;"</em>.</p> <p>El palacio se manten&iacute;a vigilado d&iacute;a y noche por si intentaba volver a ver a la joven, la cual, entre l&aacute;grimas y suspiros, miraba desde este mirador hacia la sierra, hacia el pueblo de <strong>Mironcillo</strong>, donde Alvar mand&oacute; construir un castillo.</p> <p>La leyenda nos dice que, &eacute;l desde la torre del castillo y ella desde el mirador de su palacio, hac&iacute;an hogueras y se comunicaban mediante espejos a trav&eacute;s de reflejos.</p> <p>Un d&iacute;a, seg&uacute;n la leyenda, cansada de llorar por estar retenida y privada de su voluntad, <strong>Do&ntilde;a Guiomar</strong> muri&oacute; en el balc&oacute;n mientras intentaba comunicarse con <strong>Don Alvar</strong> y, en ese mismo instante, su alma se convirti&oacute; en una blanca paloma que vol&oacute; por todo el <strong>Valle de Ambl&eacute;s</strong> hasta adentrarse en la torre del <strong>Castillo de Mironcillo</strong>.</p> <p><strong>Don Alvar</strong>, que la reconoci&oacute; al instante, la acogi&oacute; en sus manos y decidi&oacute; llevarla siempre a las sucesivas batallas en las que tom&oacute; parte, cumpliendo de esta manera su juramento: <em>"Aunque os pese, la ver&eacute;"</em>.</p>

<p>En esta calle, tambi&eacute;n conocida como la <strong>calle de la Cruz Vieja</strong> por la gran cruz de madera que a d&iacute;a de hoy se conserva y que bordea los muros de la <strong>Catedral</strong>, guarda una leyenda relacionada tambi&eacute;n con un romance y con un tr&aacute;gico final, por lo que es conocida con el nombre de <strong>calle de la Vida y la Muerte</strong>.</p> <p>En <strong>1520</strong>, el pintor <strong>Crist&oacute;bal &Aacute;lvarez</strong> llev&oacute; a cabo un encargo que consist&iacute;a en la restauraci&oacute;n de un retrato de <strong>Beatriz D&aacute;vila</strong>, una joven abulense perteneciente a la nobleza que viv&iacute;a en el <strong>Palacio de los Velada</strong>. <strong>Crist&oacute;bal &Aacute;lvarez</strong> se enamor&oacute; profundamente de la joven, acudiendo cada d&iacute;a a observar la pintura de su amada o merodeando cerca de las calles contiguas de la <strong>Catedral</strong> para poder verla.</p> <p>Un noble, miembro de la familia de los <strong>&Aacute;guila</strong>, enamorado tambi&eacute;n de la joven, al enterarse de que el pintor suspiraba por el amor de la muchacha, ciego de celos, fue en busca de <strong>Crist&oacute;bal</strong>. Al encontrarle en la <strong>calle de la Cruz Vieja</strong> (de la Vida y la Muerte), comenzaron una fuerte discusi&oacute;n que acab&oacute; convirti&eacute;ndose en un enfrentamiento, culminando en la muerte del noble de la familia de los <strong>&Aacute;guila</strong>. Tras lo sucedido, el pintor huy&oacute; a combatir a <strong>Flandes</strong>.</p> <p>En uno de los muros de la <strong>Catedral</strong> de esta calle, a lo alto, se sit&uacute;a una piedra tallada representando dicha leyenda, con la imagen de una <strong>calavera</strong>, un <strong>cuerpo inerte</strong> y, por encima de ambas im&aacute;genes, una <strong>bella dama</strong>.</p>

<p>A finales del <strong>siglo XV</strong>, durante el reinado de los <strong>Reyes Cat&oacute;licos</strong>, <strong>Do&ntilde;a Beatriz</strong>, hija de <strong>Don Tello de Guzm&aacute;n</strong>, pasaba el verano en el <strong>castillo de Villaviciosa</strong>, localidad distante a una veintena de kil&oacute;metros de la capital. Ten&iacute;a <strong>17 a&ntilde;os</strong> y una belleza que no dejaba indiferente a nadie.</p> <p>Pero un d&iacute;a lleg&oacute; al castillo un emisario que portaba la triste noticia de la muerte de <strong>Don Tello</strong> en campa&ntilde;a contra los moros. Su pl&aacute;cida existencia cambi&oacute; de forma radical: no solamente hab&iacute;a perdido a su amado progenitor, sino que qued&oacute; prendada del joven que hab&iacute;a servido de mensajero. A pesar de que ella insisti&oacute; con mil excusas y pretextos en que el doncel descansara en el castillo con tal de poder acercarse a &eacute;l, este era responsable con su misi&oacute;n y parti&oacute; raudo de nuevo hacia el frente de guerra.</p> <p>Aquellos que habitaban el castillo oyeron durante d&iacute;as los lamentos de la joven. Todos lo interpretaron como la tristeza infinita de una hija por la p&eacute;rdida de su padre, pero, en realidad, este dolor se mezclaba con la angustia de la enamorada que no sab&iacute;a si volver&iacute;a a ver a su amado.</p> <p><strong>Do&ntilde;a Beatriz</strong>, presa de una pasi&oacute;n dolorosa, un sentimiento que no hab&iacute;a conocido nunca antes, aparentaba un alma en pena, deambulando por el castillo y pasando horas enteras, frente al fr&iacute;o y el calor, en las almenas. Desde all&iacute;, oteaba el horizonte esperando que la silueta del an&oacute;nimo joven se recortase en la lejan&iacute;a.</p> <p>Por fin, una ma&ntilde;ana de cielo plomizo y gris, divis&oacute; un caballero que, al galope, se dirig&iacute;a hacia su residencia fuerte. Nunca hab&iacute;a empleado tan poco tiempo en descender desde el torre&oacute;n hasta el patio de armas. All&iacute; esper&oacute; anhelante que el correo saltara de su cabalgadura y le entregara un pergamino enrollado que fue abierto con ansiedad.</p> <p>Y s&iacute;, se trataba de una carta de su querido. Es m&aacute;s, se trataba de una confesi&oacute;n de amor, de su amor hacia ella. Pero, nublando su felicidad inicial, descubri&oacute; que estaba escrita en sangre derramada por el desdichado. Hab&iacute;a luchado en batalla con especial br&iacute;o y valor para alcanzar m&eacute;ritos que le convirtieran en caballero. Pero ese valor fue tr&aacute;gico, ya que le hirieron de muerte. Antes de fallecer, pudo escribir la misiva con la siguiente declaraci&oacute;n:</p> <p><em>“Vi&eacute;ndoos, Do&ntilde;a Beatriz, sent&iacute; la llamada del amor y quise presentarme caballero delante de mi dama de Villaviciosa, con m&eacute;ritos para solicitaros en matrimonio. Muero, no por tantas heridas como por el dolor de no veros.”</em></p> <p>Y dicen que, tras leer lo anterior, el pecho de <strong>Do&ntilde;a Beatriz</strong> se abri&oacute; cual un volc&aacute;n rojizo de sangre y llamas, desplom&aacute;ndose muerta al instante.</p>

<p>Nacida en <strong>1404</strong> en Castilla, era miembro de dos de los linajes castellanos m&aacute;s poderosos: los <strong>Pimentel</strong> y los <strong>Enr&iacute;quez</strong>. Hija de <strong>Rodrigo Alonso Pimentel</strong>, II conde de <strong>Benavente</strong>, y <strong>Leonor Enr&iacute;quez</strong>, hija de los se&ntilde;ores de <strong>Medina de Rioseco</strong>.</p> <p>Recibir&iacute;a el <strong>Se&ntilde;or&iacute;o de Arenas de San Pedro</strong> de la mano de su padre como dote al casarse con <strong>Don &Aacute;lvaro de Luna</strong>, Condestable de Castilla, Gran Maestre de la <strong>Orden de Santiago</strong> y valido de <strong>Juan II de Castilla</strong>.</p> <p>Tras quedar viuda en <strong>1453</strong> de Don &Aacute;lvaro, dedic&oacute; sus actividades y esfuerzos a recuperar el patrimonio de sus hijos y a mantener la memoria y figura de su marido.</p> <p>Al enviudar, no mostr&oacute; recato ni recogimiento, sino todo lo contrario: fue una mujer luchadora, rebelde y valiente que firmaba sus documentos como <em>"La Triste Condesa"</em>. Fue capaz de enfrentarse con sus tropas al monarca castellano <strong>Enrique IV</strong> y a su valido, <strong>Juan Pacheco</strong>, marqu&eacute;s de <strong>Villena</strong>, a quien <strong>Do&ntilde;a Juana</strong> acusaba de ser el culpable de la muerte de su marido y con el que tuvo m&uacute;ltiples enfrentamientos a lo largo de su vida.</p> <p>Una de las hijas de <strong>Juana Pimentel</strong> con <strong>&Aacute;lvaro de Luna</strong>, <strong>Mar&iacute;a de Luna</strong>, se cas&oacute; con <strong>I&ntilde;igo Hurtado de Mendoza</strong>, II Duque del <strong>Infantado</strong>. Su alianza con esta poderosa familia le ayud&oacute; en la defensa de sus se&ntilde;or&iacute;os y de sus intereses, lo que les permiti&oacute; seguir viviendo en el castillo, ahora apodado con el sobrenombre de <strong>La Triste Condesa</strong>.</p>

<p><strong>&laquo;El T&iacute;o Chinas&raquo;</strong> (18¿?-1839) naci&oacute; en <strong>Mijares</strong> a principios del siglo XIX.</p> <p>Se trata de la leyenda de uno de los personajes m&aacute;s famosos de <strong>Mijares</strong>. <strong>&laquo;El T&iacute;o Chinas&raquo;</strong> fue un guerrillero carlista perteneciente a alguna de las facciones que rondaron por <strong>Mijares</strong>, ejerciendo con estos robos y asaltos. Ten&iacute;a su refugio en una cueva dentro del t&eacute;rmino de <strong>Mijares</strong>, bastante alejada del pueblo. Esta cueva o &laquo;covacho&raquo; se encuentra en la zona de <strong>&laquo;El Robleo&raquo;</strong> del t&eacute;rmino municipal de <strong>Mijares</strong>, y es all&iacute; donde se surt&iacute;a de una fuente abasteci&eacute;ndose de un huertecillo. El acceso a esta zona se hac&iacute;a por caminos estrechos y tortuosos, estando bastante escondido.</p> <p>Fruto de sus actividades delictivas pudo amasar un peque&ntilde;o bot&iacute;n del que presum&iacute;a que ten&iacute;a enterrado: <em>&laquo;Al tocar las campanas de la iglesia, su tesoro estaba donde se sent&iacute;an&raquo;</em>. Este peque&ntilde;o &laquo;tesoro&raquo; constaba de una bolsa con dinero, del que dec&iacute;a que <em>&laquo;estaba llena de monedas de oro&raquo;</em>. Tambi&eacute;n se sol&iacute;a sentar en <strong>&laquo;La Vuelta del Barranco&raquo;</strong> (<strong>Mijares</strong>) y desde all&iacute;, mirando hacia <strong>&laquo;El Gilgarejo&raquo;</strong>, dec&iacute;a: <em>&laquo;Desde aqu&iacute; veo mis intereses&raquo;</em>.</p> <p>Posiblemente, uno de los &uacute;ltimos delitos de <strong>&laquo;Chinas&raquo;</strong> fue haber participado en el secuestro de la hija del boticario de <strong>Navamorcuende</strong> (<strong>Toledo</strong>), momento en el que se comenz&oacute; a cerrar el c&iacute;rculo sobre su paradero, ya que la joven acab&oacute; escapando y dando parte de su situaci&oacute;n. <strong>&laquo;Chinas&raquo;</strong> hizo lumbre para calentar a su querida y a su ni&ntilde;a reci&eacute;n nacida en su cueva, y el humo acab&oacute; delatando su posici&oacute;n en el monte.</p> <p>Los <strong>Voluntarios de Cantabria</strong> del ej&eacute;rcito real, situados en <strong>Navamorcuende</strong>, comenzaron la persecuci&oacute;n y finalmente dieron con &eacute;l en la sierra. Fue hecho preso y posteriormente fusilado por la justicia el <strong>19 de febrero de 1839</strong> en <strong>Mijares</strong>.</p> <p>Tiempo m&aacute;s tarde, capturaron a un compa&ntilde;ero suyo y lo llevaron al <strong>Penal de Chinch&oacute;n</strong>. Este reo escribi&oacute; una carta al sacerdote de <strong>Mijares</strong>, llamado <strong>Jos&eacute; S&aacute;nchez</strong>, pidi&eacute;ndole que rezara por su alma. M&aacute;s tarde, el cura se acerc&oacute; al penal para tomarle secreto de confesi&oacute;n. Seg&uacute;n se dice, le confes&oacute; el lugar exacto donde se hallaba &laquo;la bolsa&raquo; de oro: estaba enterrada en una zona de <strong>Mijares</strong>, donde hab&iacute;a <strong>tres pinos</strong>, y el m&aacute;s gordo de ellos ten&iacute;a cinco sablazos de espada. A unos dos metros de &eacute;ste, a una profundidad de metro y medio, se encontraba la alcantarilla con la bolsa llena de monedas de oro.</p>

<p>Cuenta la leyenda que, al regresar de Flandes, el <strong>Duque de Alba</strong>, <strong>Don Fernando &Aacute;lvarez de Toledo</strong>, visit&oacute; su querida <strong>Piedrahita</strong> en el a&ntilde;o <strong>1578</strong> y all&iacute; le contaron los hechos acontecidos en el pueblo vecino de <strong>Barco de &Aacute;vila</strong>.</p> <p>Los sufridos habitantes del <strong>Barco</strong> pensaron en nombrar una comisi&oacute;n con las fuerzas representativas del pueblo, con el fin de poner en conocimiento del arist&oacute;crata los muchos agravios, injusticias, violaciones y atropellos de los que eran v&iacute;ctimas los moradores de esas tierras por parte del representante y odiado alcaide del castillo.</p> <p>El Duque, despu&eacute;s de escuchar muy serio, mand&oacute; al tribunal comprobar la certeza de dichas acusaciones y dijo a los representantes: <em>"Si es cierto cuanto me hab&eacute;is denunciado, ahorco al alcaide; pero si no son ver&iacute;dicas vuestras quejas, os ejecuto a vosotros"</em>.</p> <p>El tribunal comprob&oacute; la certeza de las acusaciones y le conden&oacute; a la pena de muerte.</p> <p>El exjefe del castillo, quien a&ntilde;os atr&aacute;s hab&iacute;a recibido el homenaje del pueblo, se vio rodeado de gente que no ten&iacute;a ni un gesto dulce. Subi&oacute; a la tarima y le ahorcaron, siendo izado desde la peque&ntilde;a abertura rectangular del monumento, la cual hoy a&uacute;n se puede contemplar.</p> <p>Al tener conocimiento de estos sucesos, el <strong>Rey Felipe II</strong> escribi&oacute; a <strong>Don Fernando</strong> una misiva: <em>"Duque, he sabido que mandaste ahorcar a un vecino del Barco; y en mis estados nadie hace justicia m&aacute;s que el Rey"</em>.</p> <p>A la misiva, el Duque le contest&oacute;: <em>"Se&ntilde;or, la justicia del Barco se hizo en nombre de Vuestra Majestad y as&iacute; consta en la sentencia, y as&iacute; la iba pregonando el verdugo detr&aacute;s del reo"</em>.</p> <p><strong>La Puerta del Ahorcado</strong> fue escenario y pat&iacute;bulo, un punto de convergencia de caminos donde la justicia someti&oacute; tr&aacute;gicamente a quien fue opresor del pueblo.</p>

<p><em>&laquo;... y se derram&oacute; tanta sangre en ambos bandos, que la tierra desde entonces es inf&eacute;rtil y s&oacute;lo crecen las escobas...&raquo;</em></p> <p>Cuenta la historia que a mediados del siglo <strong>X</strong>, cuando en la pen&iacute;nsula ib&eacute;rica se disputaban sus ricas y f&eacute;rtiles tierras, <strong>Al-&Aacute;ndalus</strong> gozaba de un per&iacute;odo relativamente estable gracias al esfuerzo del califa <strong>Abderram&aacute;n III</strong> por unificar todos sus territorios bajo el reci&eacute;n declarado <strong>Califato de C&oacute;rdoba</strong>. Mientras tanto, el <strong>Reino de Le&oacute;n</strong> presionaba a sus enemigos a lo largo del r&iacute;o <strong>Duero</strong> bajo el mando del rey <strong>Ramiro II de Le&oacute;n</strong> y el conde de Castilla <strong>Fern&aacute;n Gonz&aacute;lez</strong>.</p> <p>Finalmente, en una gran campa&ntilde;a ofensiva, <strong>Ramiro II</strong> venci&oacute; a <strong>Abderram&aacute;n III</strong> en la <strong>batalla de Simancas</strong> (939 d. C.), consiguiendo as&iacute; avanzar la frontera del reino leon&eacute;s hacia el r&iacute;o <strong>Tormes</strong>.</p> <p>Es bajo este panorama donde se enmarca la <strong>batalla de la Vega del Escobar</strong>, una leyenda que forma parte de la historia popular local transmitida generaci&oacute;n tras generaci&oacute;n a los habitantes del valle del <strong>r&iacute;o Aravalle</strong>, en la <strong>Sierra de Gredos</strong>.</p> <p>Cuenta la tradici&oacute;n que el <strong>Rey Ramiro II</strong>, queriendo adentrarse en el valle del <strong>r&iacute;o Tajo</strong> en una expedici&oacute;n para saquear el territorio andalus&iacute;, se top&oacute; con las fuerzas de <strong>Abderram&aacute;n III</strong> en el coraz&oacute;n del valle del <strong>Aravalle</strong>, obstaculizando sus intenciones de descender por el <strong>Puerto de Tornavacas</strong>. Ante tal impedimento, ambos bandos entablaron una fiera lucha en la <strong>Vega del Escobar</strong>. Sin que ej&eacute;rcito alguno se vislumbrara como vencedor, fueron obligados a retirarse cada cual a su campamento.</p> <p>Se derram&oacute; tanta sangre en ambos bandos, que la tierra desde entonces es inf&eacute;rtil y s&oacute;lo crecen escobas. M&aacute;s <strong>Ramiro II</strong>, astuto como un zorro, cont&oacute; con unos inesperados aliados. Al caer la noche, cuando los fatigados soldados descansaban de la batalla, los ganaderos y pastores locales colocaron teas ardientes en las cornamentas de sus reses y las azuzaron contra el campamento de los andalus&iacute;es.</p> <p>Las tropas del califa, al ver tal cantidad de antorchas en la noche, creyeron que un numeroso ej&eacute;rcito se dirig&iacute;a contra su campamento para atacarlos furtivamente, por lo que, asustados y temiendo por sus vidas, corrieron hacia sus dominios para huir de tan cruel destino...</p>