En Pedraza vivían dos niños: Elvira y Roberto. Amigos desde la infancia, esta amistad llegada la adolescencia dio lugar al amor, pero su bonita historia se vio truncada cuando el señor Ridaura, señor de Pedraza, se quedó prendado de Elvira y decidió tomarla como su esposa, algo que ella tuvo que aceptar, convirtiéndose así en la nueva señora del castillo y de Pedraza.

Roberto quedó desolado y decidió hacerse cura para así olvidarse de su amor.

Pasaron los años, y el señor se marchó a dar apoyo al rey Alfonso VIII a la Batalla de las Navas de Tolosa contra los moros, la cual ganaron, pero antes de irse decidió pedir a un sacerdote que guardara el castillo y cuidara de su amada esposa en su ausencia.

Y casualidades de la vida, el designado para tal tarea fue el mismísimo Roberto, que sin saberlo se iba a reencontrar con su amor de juventud y convivir con ella bajo el mismo techo durante una larga temporada.

Como era de esperar, inevitablemente la llama del amor entre ambos volvió a encenderse reviviendo tiempos felices juntos.

Pero llegó el día en que el señor volvió a la villa, y cuando llegó pletórico de la batalla ganada, se encontró con las noticias del amorío que tuvo lugar en su ausencia.

Celebró un banquete por todo lo alto en el castillo para festejar su triunfo en la guerra, e hizo llamar a Roberto para agradecerle que en su ausencia cuidara de su esposa y del castillo. Le pidió que se acercara y tras el agradecimiento, se puso unos guantes de acero, y le colocó en la cabeza una corona de espinas de hierro enrojecidas al fuego. Al ver ésto, Elvira salió corriendo despavorida y se encerró en la Torre del Homenaje clavándose una daga en el pecho y dándose muerte para reunirse con su amor.

Desde entonces, son muchos los que dicen ver durante la noche, las sombras de las siluetas de los dos amantes dibujadas en los muros del castillo.

DESATAR AL DIABLO

Sepúlveda está rodeada de encanto y misterio en todos los sentidos, con el número SIETE como denominador común.

Ya su nombre lanza al aire la incógnita de su origen: ¿SIETE puertas de su muralla o SIETE veces conquistada? 

Lo cierto es que en el Ayuntamiento se guardan SIETE llaves que dicen abrían y cerraban SIETE enigmáticas cerraduras.

Pero hay quien dice que su nombre suena a “sepultura”, como le ocurre a su vecina Sebúlcor y “-úlveda” vendría de “Úrbeda” vocablo ibérico para referirse a un río encajado en una garganta, lo que daría como resultado: “Sepulcro junto a la garganta del río”. Y verdad es que, con un ligero paseo por la garganta de su río Duratón, descubres múltiples cuevas, algunas sepulcrales o sagradas, siendo una de las más arcanas, la “Cueva de los SIETE Altares”.

Pero el número SIETE más de ultratumba  es el relacionado con la costumbre de los sepulvedanos de “desatar al diablo” un día al año: el 23 de agosto, por san Bartolmé, santo con fama de exorcista. Es una costumbre que se pierde en la noche de los tiempos, y nos habla de la valentía de los antiguos repobladores, que no solo se enfrentaban a enemigos de carne y hueso sino que una noche al año, se atrevían a desatar a la bestia de sus pesadas cadenas. Congregados ante la iglesia de San Bartolomé, se estremecían al ver salir al diablo enfurecido sacudido  por terribles espasmos. Una vez liberado, empezaba a perseguir a los ahí presentes, con espeluznantes alaridos y dándoles porrazos.

A día de hoy, aun perdura esta costumbre pero al aumentar el número de asistentes al ceremonial, ha aumentado el número de diablos desatados, llegando, cómo no, hasta la cantidad de SIETE.

¿Necesitas SIETE razones más para conocer Sepúlveda? 

El río Pirón recorre parajes pintorescos, como Turégano y sus tierras, donde cuevas y riscos ofrecen abrigo a mamíferos y aves.

En el pasado sirvió de refugio a un novio despechado, Fernando Delgado Sanz, más conocido como el Tuerto de Pirón, nacido en 1846 en Santo Domingo de Pirón.

Padeció desde niño de cataratas y una nube le cubrió su ojo izquierdo, lo cual no le impidió llegar a ser radio-telegrafista, tener novia y cumplir con la obligación del servicio militar.

Cuando volvió de la mili, se encontró con que su novia se había casado con el hijo del más rico del pueblo, al que nadie se atrevía a llevarle la contraria.

Fernando se tomó su pequeña revancha y robó un cordero al potentado. Con unos amigos, asaron y se zamparon tan a gusto el animalito dejando los huesos roídos en la puerta del cacique con esta nota: “Para el padrino”.

El padrino se molestó tanto que lo denunció a las autoridades por lo que Fernando tuvo que huir y esconderse, robando más ganado para poder sobrevivir. Consciente de su clandestinidad, decidió actuar en consecuencia: dedicarse de manera profesional al robo.

Una serie de hazañas le dieron fama y popularidad en la comarca, llegando a operar hasta la otra vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama. Entre sus fechorías más notorias está el haber llamado a la casa de un ricachón vestido de agente de la Guardia Civil y anunciarle que venía a protegerle del peligroso bandolero, el Tuerto de Pirón, que había sido visto rondando la propiedad. Una vez dentro, le dejó la casa limpia.

También robó la iglesia de su propio pueblo, asaltaba por los caminos y no utilizaba la violencia. Fue varias veces encarcelado y otras tantas conseguía huir, hasta que fue detenido en Tejadillas.

Solo mató a un hombre, a un tal Mata de Ladrones, que le había traicionado y le retó a duelo.

De su última prisión solo pudo salir con 78 años y con los pies por delante.

En los alrededores de Coca y Cuéllar se extiende una duna arenosa continental tapizada de pinos de potente tronco, profunda raíz, abundante resina y grandes piñas. Son los Pinus Pinaster, que los lugareños llaman Negral, pertenecen a una familia de gran abolengo, enraizados por estas tierras desde hace más de 9.000 años, son seres “de toda la vida”.

Cuando el cónsul romano Lúculo quiso tomar Coca, la antigua Cauca, avanzó emboscado entre estos árboles. Calculan que serían unos 12.000 soldados, y ninguno fue visto hasta que llegaron a los pies de Cauca.

A mediados del siglo XIX se produjo el auge de la industria resinera y esta zona contaba con millones de ejemplares. Estos árboles fueron sangrados para obtener toneladas de “Oro líquido”. Los resineros se afanaron con su sudor en la extracción, con lo que “el sudor del Monte” no queda claro si se refiere al preciado líquido o al sobrehumano esfuerzo de estas gentes bajo el sol. La economía de la región se levantó, decayó y ahora vuelve a resurgir. 

En cuanto a los árboles, son muy pocos los que sobrevivieron a la terrible práctica de la extracción “resinar a muerte”, método primitivo que extenuaba a los Pinus en pocos años, hasta que se implantó la resinación más respetable con una apertura de una sola cara en cada pino.

Aun así, solo los más fuertes han pervivido. En Fuente el Olmo, corre la historia de un espécimen muy especial. Se trataba del majestuoso Pino de las Mentiras, Pinus Pinaster, de más de 241 años y 22 metros de altura. Muchos se apostaban hasta un cordero para ver quien acertaba sus verdaderas dimensiones, de ahí que también se le llamara, El Pino de las Apuestas.

Pero lo cierto es que para abrazarle en su diámetro se precisaban más de cinco personas unidas. Y eso es verdad, pues su epíteto de las mentiras le venía por cobijar bajo su copa a muchos cazadores, que relataban disparatados con su acostumbrada imaginación, las piezas que habían cobrado o iban a cobrar.

Pero un día de 2010, el viento lo derribó. Sin embargo, aún quedan otros ejemplares, pinos monumentales catalogados como excepcionales que te aguardan en esta ruta, como el Pino de las Cinco Gachas, en el término de Coca, una de las ramas también fue arrancada, pero nadie se atreve a cambiarle el nombre, o La Pina de Zarzuela del Monte, de acogedora copa, y por último el armonioso Pino-Lira, una escultura de la naturaleza que nadie puede perderse.

Lo que ahora constituye el pequeño pueblo de Pinarnegrillo (Segovia), se cree que fue en su día una gran ciudad conocida en su época con el nombre de Moclín. A consecuencia de enfrentamientos entre las dos familias más poderosas, murió la hija de una de estas familias y fue enterrada en el lugar cercano conocido como Temeroso, junto con legajos en los que se refiere la historia de Moclín y un cofre que guardaba todas las riquezas de oro de la familia. Conoció después Moclín la adversidad y el despoblamiento.

Solo una persona elegida puede encontrar ahora la tumba y el tesoro, por lo que es inútil que ningún otro vaya a buscarlo. Pero no hay que descuidar, cualquiera puede ser el elegido. Y si se tarda mucho en descubrir el tesoro, el oro que allí hay, paulatinamente se convertiría en plata, y luego la plata, en cobre, y el cobre, en plomo...

Un misterioso viajero del siglo XIV, poeta y aventurero, se adentró en las tierras de Segovia cruzando la sierra un frío día de marzo, Arcipreste de Hita era y le llamaban Juan Ruíz.

A la adorable Sotosalbos y sus entornos se dirigía pero en lo alto del puerto del Malangosto, perdió su mula mientras, una tormenta de nieve y de granizo lo iba dejando irremediablemente aterido.

Se topó entonces con una alberguería para refugiarse, sin adivinar que ahí dentro no hallaría precisamente paz y sosiego. La Venta la regentaba una empoderada mujer, la Chata, serrana de ideas y acciones muy claras, que le recibió con cayado y hoscas maneras.

Pocos hombres por ahí se hallaban pues en tiempos de la Transhumancia, se debían más a conducir las ovejas a los pastos del sur, que a permanecer calientes en el hogar junto a sus parejas.

La Chata vio en el Arcipreste una buena ocasión para compensar tanto frío y negoció con él, buen yantar y vino a cambio de un rápido y provechoso revolcón. Como clérigo y buen Arcipreste aceptó, pues qué mejor manera de conocer la diferencia entre el mal y el bien, que vivirlo de primerísima mano.

Hay en la ermita de Lastras de Cuéllar, una imagen muy vieja de Santa Elena, conocida popularmente como «La Pedigüeña». A esta imagen le iban a pedir agua los vecinos en caso de sequía. Para ello se juntaban en procesión hasta la cercana fuente de Santa María de Salcedón, que está situada en un prado inmediato. Sumergían la imagen y casi siempre concedía agua al poco tiempo.

Un año, tras una sequía muy prolongada, se decidieron los vecinos a sacar a «La Pedigüeña». y, en efecto, tras sumergirla, comenzó a llover y a llover; tanto que los vecinos llegaron a sus casas contentísimos y empapados

Pero lo peor era que seguía lloviendo y lloviendo sin parar . Así pasaron ocho días. y como ya estaban alarmados y pidiendo que cesara aquel diluvio, se acercaron dos hombres hasta la fuente. En ella encontraron flotando un resto de madera que se había desprendido de la imagen de «La Pedigüeña».

Sacarlo del agua y escampar, todo fue uno.

Según la leyenda, existía en Balisa una bruja, tan malvada y con tantos poderes que tenía atemorizado a todo el pueblo. Salía durante la noche para realizar sus picias, y se ocultaba por el día en su escondrijo, situado bajo tierra, al otro lado del arroyo que le separaba del pueblo.

Uno de los entretenimientos que más divertía a la bruja, era el desbaratar los viñedos, diversión que enfurecía sobremanera a los vecinos, que, cansados y cada vez más temerosos de ella y de sus poderes, decidieron inventar un plan para terminar con aquella situación.

Acordaron recoger la piedra más grande que hubiera en el pueblo y colocarla en la boca del agujero que servía de escondite a la bruja. De forma que nunca pudiera salir; pero, además, para destruir su magia, coronaron a la gran piedra con una cruz del mismo material. Esta memorable piedra se la conoce desde entonces como el «BOTÓN », con el que se cerró para siempre el fastidioso embrujo.

Pero lo más sorprendente fue que, al poco tiempo en lo más alto de la piedra empezó a crecer una parra de uvas que todavía se conserva allí en memoria, tal vez, de las que fueron destruidas por la bruja.