A tan sólo 2’3 km. de Salas, en el declive de la colina hasta la vega por la que discurre el río Arlanza -salvado por un puente de origen romano-, se ubica el bello y pintoresco castillo de Castrovido. La toponimia de este asentamiento deriva del nombre de D. Vito, compañero del señor de Salas, Gonzalo Gustios, a quien por encomienda del conde Garcí Fernández se le adjudicó la difícil tarea de repoblar estos pagos y salvaguardar a sus habitantes de las incursiones de castigo y devastación sarracenas.
La subida a la atalaya medieval ofrece el progresivo descubrimiento de un emplazamiento privilegiado. La ermita de la Virgen del Carmen, de recuerdos prerrománicos –con tumbas antropomorfas en sus proximidades-, nos sale al paso como testigo silencioso de una memorable antigüedad.
La tradición consigna que la torre fue construida durante el reinado de Alfonso III (866-910), coincidiendo con la prosperidad territorial del reino asturiano, para la defensa del Arlanza. Las irrupciones militares de Abd al-Rahman III y las más reiteradas y temidas de Almanzor debieron marcar negativamente a las gentes de la comarca. Con el avance de la Reconquista, la fortaleza iría perdiendo valor estratégico quedando abandonada a la indulgencia del tiempo.
La reconstrucción de la torre, que contó con la participación de alarifes mudéjares, fue promovida por don Pedro Fernández de Velasco en 1380, año en que funda mayorazgo en Salas a favor de su hijo Juan. Hoy el torreón, al que se puede acceder a su terraza del adarve circundada de almenas y aspilleras, se erige como un hito evocador que ha sabido resistir los embates del olvido y la destrucción.